Dice Lao tse que el cielo trata al hombre como perros de paja. Evidentemente es así. Hasta donde el hombre puede constatar o conocer, Cielo jamás le ha consultado al hombre sus designios, no hay proyectos, planes, afanes e intensiones por parte del hombre que puedan modificar el designio del Cielo. Es más, en la historia del hombre no ha habido nadie que pueda desvelar sus misterios y aunque algunos hombres han pretendido conocer los designios del cielo con anticipación, siempre el cielo en su Divina Indiferencia Celeste ha determinado el rumbo, el sentido y el camino que toca seguir.
Y la Tierra, fiel reflejo del Cielo, en sus haceres sus movimientos y sus ritmos, tampoco le ha consultado al hombre cuando y como debe ser la primavera, el verano, el otoño, el invierno o lo que fuese. El hombre en su afán de predecir a la tierra siempre termina equivocándose. Nada mas inestable e impredecible que el tiempo, que el clima, que el comportamiento de una estación. Se sabe si, cuando va a venir ésta, pero no puede modificar nada de ese ritmo. Naturalmente no lo puede modificar, aunque en su arrogancia trate de perturbar de alguna forma la expresión de un clima determinado.
Ciertamente, como réplica del comportamiento del Cielo, también la tierra es indiferente al hombre. Y el hombre en su egolatría e importancia personal ha pretendido llamar la atención del Cielo y de la Tierra, y como única respuesta ha obtenido, casi siempre, su divina indiferencia. Y el hombre no ha aprendido a ser indiferente, mucho menos a aprendido a ser divinamente indiferente, lo que si ha aprendido el hombre es a ser indolente, que es diferente a ser indiferente.
Lo que el hombre no ha sabido rescatar, es que esa divina indiferencia tanto celeste como terrestre es un Divino Amor indiferente. La indiferencia la ha convertido en indolencia y en su infructuosa vivencia de amor ha sido y es presa del apego.
El hombre oscila entre la indolencia y el apego. O es indolente ante los acontecimientos que le atañen y le conciernen, o se apega a éstos; a personas, seres y cosas para poseerlos. Ha querido y quiere poseer al Cielo, ha querido y quiere poseer la Tierra, ha querido y sigue queriendo poseer al hombre y cuando no puede su respuesta se vuelve indolente o violenta, no sabe ser divinamente indiferente, porque divinamente indiferente para el hombre constituiría en dejarse llevar por los designios de los ritmos del cielo y de la tierra, porque se sabría que no podría cambiar sus designios y decisiones, porque tendría y se vería obligado a vivir en lo providencial, porque sabría ir en el sentido y el curso que lleva el viento y eso marcaría el sentido de su vuelo.
En cambio el hombre en la medida que se apega, se pega; de pegar, o sea de pegarse como con un pegamento, y de pegar en el sentido del golpe. Y si hay alguien, en esta humanidad, en esta creación, en esta nave cósmica llamada planeta tierra, que esta llamado al desapego es el sanador, porque en la medida que este pegado no vuela, en la medida que no este apegado puede invitar a otros a volar, porque como bien lo dijo Kalil Hibram …: Dos aves con las alas atadas no pueden volar.
Y si el hombre ha de obedecer los ritmos del cielo y los ritmos de la tierra, ha de aprender, sobretodo el sanador, ha situarse en el divino amor indiferente.
Extraído de Antarkis.blogspot.com
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